Enrique Maya recibe a la centenaria Catalina Saldías Aristráin en la Casa Consistorial

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Nacida el 29 de abril de 1922 en la localidad de Sarasate, lleva más de 35 años residiendo en Pamplona
Enrique Maya recibe a la centenaria Catalina Saldías Aristráin en la Casa Consistorial

Catalina Saldías Aristráin cumplió el pasado viernes, 29 de abril, cien años. Con motivo de esta señalada efeméride, el alcalde de Pamplona, Enrique Maya, la ha recibido hoy en la Casa Consistorial, a donde ha acudido acompañada por ocho sobrinos y una sobrina-nieta. En el encuentro, Catalina ha recibido de manos del alcalde un ramo de flores, así como un alfiler del Ayuntamiento, un pañuelo de San Fermín bordado y el libro ‘Pamplona, el siglo XX en imágenes’.

Natural de la localidad de Sarasate, perteneciente al Ayuntamiento de Iza, Catalina Saldías es la séptima de ocho hermanos, seis hombres y dos mujeres. Nacida en 1922, es en la actualidad la única superviviente. Su padre, Juan Saldías, trabajaba como ferroviario en la vía del Plazaola a su paso por Sarasate. Él era el encargado de anunciar el paso del tren por la localidad, “tocando la campaña cuando venía y agitando la bandera cuando se iba”, recuerda Catalina, que, aunque padece una gran dependencia conserva una buena memoria. Su madre, Ángela Aristráin, delicada de salud, murió cuando Catalina apenas contaba con diez años, así que a la ahora homenajeada le tocó trabajar en casa y en el campo, atendiendo las vacas que tenían, para ayudar a la familia.

El 13 de junio de 1958 se casó con José Labayen y se trasladaron a vivir, primero, a Gulina y, después, a Irurzun. Allí permaneció hasta que Labayen falleció, dos décadas después. Viuda y sin hijos, decidió entonces mudarse a Pamplona, cerca de su hermana pequeña, Josefina, en la calle Urroz, en la Txantrea. Allí se casó de nuevo, el 19 de marzo de 1994, con Miguel Pérez de Larraya, con quien vivió “once felices años” hasta que éste falleció. De nuevo viuda, Catalina vive ahora arropada por sus sobrinos y sobrinos-nietos y puede presumir de haberse convertido en tía-tatarabuela por primera vez.