"El aparcamiento subterráneo de la Plaza de la Cruz: crónica de una tala anunciada"

La prevista construcción de un “refugio subterráneo” para 300 coches en la calle Sangüesa, iría en  detrimento del papel que dicha calle (y por extensión la plaza de la Cruz) desempeña como “refugio climático” en el Segundo Ensanche. La Organización Meteorológica Mundial acaba de anunciar que con una probabilidad del 98% (certeza quasi absoluta) en los próximos cinco años se batirá el  récord de temperatura media anual a escala planetaria. Pero ello no parece que vaya con nosotros, al menos con quienes planifican nuestra ciudad. Sin duda que quienes adquieran las plazas pensarán  que ganan en comodidad al poder guardar su vehículo cerca de casa. Ahora bien, ¿es aceptable a día de hoy que como ciudad se asuma una intervención de este tipo sin valorar el coste ambiental que  ello conlleva? 

En el contexto de calentamiento global en el que estamos inmersos (no lo olvidemos, se trata de una EMERGENCIA CLIMÁTICA A ESCALA PLANETARIA) las ciudades adquieren un  protagonismo fundamental en el intento de mitigarlo. Entre las estrategias mayores para atenuar,  desde la planificación urbana, el imparable aumento de las temperaturas y sus nefastas  consecuencias se cuentan:  

∙ Por un lado, acciones encaminadas a reducir el EFECTO ISLA DE CALOR que la excesiva  “cementación” urbana provoca. 

∙ Por otro lado, la descarbonización acelerada de la actividad económica para reducir cuanto  antes las emisiones de CO2, pues hasta ahora tan solo reducimos la tasa a la que seguimos  emitiendo. 

Ninguna de las dos estrategias encuentra, por desgracia, eco en la iniciativa propuesta. Veamos por  qué: 

Los arces de la calle Sangüesa proporcionan un sombreado a la misma que propicia (junto a otros  beneficios ambientales) una reducción de la temperatura de al menos 3-4 grados al nivel de la acera, lo que en días de calor intenso (como los que se avecinan) proporciona un alivio a los transeúntes,  además de reducir el calentamiento de un suelo encementado y, por ende, el efecto isla de calor. Al  ir el aparcamiento previsto literalmente empotrado entre las fachadas de la calle, no habría forma de recuperar el efecto sombra de los árboles que se eliminarían; cualquier solución a base de jardineras u otras invenciones sería un mal sucedáneo de los servicios que aquellos prestan. En cuanto a la descarbonización, hay que decir lisa y llanamente que la construcción del  aparcamiento sería causante de unas emisiones de CO2 nada desdeñables y cuya necesidad resulta,  cuando menos, cuestionable. Un par de pinceladas ayudarán a situar el orden de magnitud de la  huella de carbono que la intervención prevista implicaría: 

∙ Primera pincelada: la creación del hueco del aparcamiento supone la remoción y posterior  evacuación de 41.820 m3 de tierra. Para ello sería necesario realizar hasta 3.485 viajes en un camión con capacidad para transportar unos 12 m3 por trayecto. Ese tipo de camiones  vienen a consumir unos 35 l/100 Km por lo que el consumo de los desplazamientos hasta un punto de descarga que se encontrara (pecando de prudentes) a solo 5 Km supondría el  consumo de unos 12.000 l de gasoil, que traducidos a emisiones equivaldrían a algo más de  30 Tm de CO2. 

∙ Segunda pincelada: el encofrado de hormigón para construir el sarcófago en el que se inserta el aparcamiento, supondría el empleo de al menos 4.354 toneladas de cemento, lo que a  efectos de emisiones nos llevaría hasta las ¡4.049 Tm de CO2!

Si la primera pincelada ya era “fina”, esta segunda es de “brocha gorda”. En el suma y sigue de las  emisiones faltaría el grueso de la intervención, lo que elevaría considerablemente estos cálculos  someros. 

Recientemente se ha inaugurado en el Polígono de Agustinos una plantación de 2000 árboles y 250  arbustos que se ha dado en llamar “Bosque secuestrador de CO2” y que prevé absorber 322 Tm de  CO2 en 30 años. Pues bien, solo para neutralizar las emisiones achacables al hormigón habría que  

plantar unos 190.000 árboles y otros 23.800 arbustos. Piénsese que en los parques y jardines de la  ciudad hay unos 60.000 árboles. Saquen ustedes mismos las conclusiones. 

La lógica perversa de destruir para construir puede que infle cifras de PIB y nos cree espejismos de  aumento de prosperidad. En realidad con esta operación solo se conseguiría añadir ingentes (e  innecesarias) aportaciones adicionales de CO2 a nuestra castigada atmósfera, deteriorando la  calidad ambiental de la ciudad y en última instancia, disminuyendo su capacidad de resiliencia  frente al desafío que supone el calentamiento global. 

Fdo.: Ignacio Bidegain 

Vecino de Pamplona y máster en evaluación de impactos ambientales

 

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