Opinión

Educación bilingüe: no hay que abandonar, sino mejorar

María Dolores López Navas, Universidad Internacional de Valencia
Educación bilingüe: no hay que abandonar, sino mejorar
Vivimos en una sociedad cada vez más pluricultural. Desde Europa se lleva trabajando durante décadas en la construcción de un sistema que permita equiparar los niveles lingüísticos entre los diferentes países, con el fin de promover el aprendizaje de lenguas extranjeras y la educación plurilingüe e intercultural.

De hecho, a partir de 2025, la OCDE incluirá una prueba de nivel de lengua extranjera basada en los niveles descritos en el Marco Común Europeo de Referencia (MCER). La recientemente actualizada versión del MCER, además, reconoce la necesidad de un enfoque integrado para el aprendizaje de lenguas.

En esta línea, el Marco para la Cultura Democrática destaca como una de sus 20 competencias clave las destrezas lingüísticas, comunicativas y plurilingües. No hay duda de que poder comunicarse en una o más lenguas extranjeras es una habilidad deseable y positiva.

Por esta razón, hace más de diez años que se empezaron a introducir modelos bilingües y plurilingües en diversas comunidades autónomas. Sin embargo, desde la implantación de los programas bilingües en España se han venido publicando en diversos medios de comunicación artículos desfavorables a la idea de que los estudiantes cursen diferentes asignaturas en una lengua extranjera.

Docentes sobrecargados y sacrificio de contenidos

Entre las opiniones negativas sobre la educación bilingüe destaca, en primer lugar, que supone una carga de trabajo extra para los docentes. Estos no han recibido, en muchas ocasiones, la formación necesaria para llevar a cabo las clases en un idioma extranjero, ni a nivel lingüístico ni a nivel pedagógico.

En segundo lugar, se piensa que la carga de trabajo extra para los estudiantes no resulta en un aprendizaje mayor. Al contrario, se argumenta que se está sacrificando contenido de las asignaturas, recortando temarios.

En tercer lugar, se teme que los discentes no sepan los contenidos en su propia lengua, al haberlos aprendido en la lengua extranjera.

Finalmente, se esgrime el argumento de que las clases se limitan a una memorización de vocabulario, sin capacidad de aplicación práctica. En definitiva, tanto en la prensa como en las redes sociales se ha llegado a denominar a los programas bilingües como pantomima, paripé, engaño, invento calamitoso o infausta moda.

La mente bilingüe

A estos argumentos se puede replicar que hoy por hoy, gracias a los estudios neurocientíficos, existen pocas dudas sobre las ventajas de la mente bilingüe. Uno de esos beneficios es el desarrollo de una arquitectura neuronal que facilita el pensamiento crítico y el pensamiento divergente y convergente.

Respecto a los programas bilingües en los centros educativos, cabe desmitificar la idea de que los alumnos serán capaces de dominar en la misma medida dos o más lenguas. Existen grados de bilingüismo, que dependen mayormente de circunstancias contextuales.

Un problema de método

Por otro lado, y de importancia trascendental, el aprendizaje integrado de contenidos y lenguas (AICLE) exige un cambio pedagógico. La educación bilingüe no consiste en replicar en una lengua extranjera un sistema tradicional basado en la memorización y la repetición.

Si un alumno o alumna sabe el nombre de una parte del cuerpo pero no sabe sus funciones o localizarla en un dibujo, no ha interiorizado los conocimientos, independientemente de la lengua en la que se los hayan enseñado.

La tragedia de abandonar el bilingüismo

En septiembre de este mismo año, la Asociación Enseñanza Bilingüe publicó un manifiesto en defensa de una educación bilingüe de calidad. Para esta asociación, uno de los asuntos más importantes es la creación de un marco de trabajo a nivel nacional desde donde orientar un modelo de educación que ha crecido exponencialmente en los últimos diez años.

La educación bilingüe ha venido para quedarse, pero como todos los procesos complejos necesita reflexión y revisión para poder seguir progresando. Según esta asociación, se ha generado un falso alarmismo respecto al número de centros que han abandonado la educación bilingüe recientemente. No obstante, sea mayor o menor esa cifra, es una tragedia en sí que un centro llegue a la conclusión de que es mejor abandonar el programa que trabajar en su mejora.

De hecho, si se lee más allá de los titulares, todos los testimonios llevan a la misma conclusión: no es que se esté en contra de la educación en una lengua extranjera, sino que se critican aspectos concretos de la misma como la falta de formación del profesorado o la poca inversión en recursos –humanos y materiales– que dificultan el día a día de los centros.

La competencia lingüística de los docentes

Los docentes en los programas bilingües y plurilingües tienen la compleja labor de incentivar un aprendizaje significativo a través de una lengua extranjera, fomentando el pensamiento crítico y la autonomía del alumnado. La clave del éxito estriba en tener las herramientas para hacer las cosas bien.

Si la formación metodológica del profesorado viene acompañada de un énfasis en la competencia lingüística, tendremos unos docentes con una preparación excelente, desmitificando de paso la idea de que estos programas deberían ser impartidos por nativos, aunque sin obviar que la presencia de auxiliares de conversación en los centros es motivadora y deseable.

En definitiva, se puede y se debe promover la educación bilingüe por muchas razones, pero siempre poniendo el foco en la calidad. Es posible que en materia de bilingüismo se haya querido ir demasiado deprisa y, como argumentan algunos, se haya empezado la casa por el tejado en ciertos aspectos. Pero podemos seguir mejorando los programas bilingües en nuestro país, con la información que tenemos, con un consenso sólido entre las distintas comunidades autónomas y, sobre todo, con una inversión real y comprometida para la formación continua del profesorado.

María Dolores López Navas, Directora del Máster Universitario en Educación Bilingüe, Universidad Internacional de Valencia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.