Opinión

"Barcelona y el guiño discreto de un anciano"

"Barcelona y el guiño discreto de un anciano"

A continuación publicamos, en su integridad un artículo de opinión enviado por Miguel Cornejo, @miguelcornejoSE, consultor y miembro de la junta directiva de Ciudadanos en Navarra

"Barcelona y el guiño discreto de un anciano

El pasado 21 de diciembre tuve el honor de estar en Barcelona echando una mano como apoderado de Ciudadanos. Y fue un honor de verdad.

Un honor, porque los catalanes lo convirtieron en uno. Porque los votantes del colegio en el que estuve, la Sagrada Familia, en el Eixample, me dejaron claro que lo que estaba pasando era importante para ellos. Y que apreciaban el papel que estábamos jugando allí.

Fuimos cinco personas desde Navarra, por nuestros propios medios y a diferentes colegios electorales. Fuimos porque sabíamos que la movilización independentista iba a ser máxima, y sabíamos que iban a hacer falta pies, ojos, y manos en todos los colegios para evitar problemas. Para que Cataluña tuviera una oportunidad de detener el absurdo.

Es difícil trasladar el ambiente. Una sola sala con ocho urnas, repartidas en seis mesas. De hecho, más un pasillo ancho que una sala, precedida de un pasillo aún más estrecho donde estaban las papeletas. Una puerta de entrada, una de salida, un pequeño cubículo para votar en privado. 24 personas pilotando las mesas, entre vocales y presidentes. Tres “delegados de la administración”. Casi quince apoderados independentistas (los “amarillos”), dos socialistas, dos ciudadanos. Los del PP aparecían de vez en cuando, y estuvieron al final; lo mismo los de Podem. Fuera, dos mossos, y dos agentes de la Guardia Urbana a cargo de materiales electorales.

A través de esa sala estrecha, saturada, sorteando apoderados, hicimos pasar la corriente de los votantes. Corriente inmensa, en torno a 700 votantes por mesa: unas 5.000 personas, en oleadas casi imprevisibles a lo largo del día, hasta batir el 80% de participación. Con el mejor orden posible, con toda la coordinación imaginable, y con mucha buena voluntad, “amarillos” y constitucionalistas resolvimos cada problema que surgía. El votante que no aparecía en las listas (unos porque no era su colegio, otra porque la habían cambiado de domicilio, aquella porque no estaba en el censo municipal), el que no sabía su mesa (muchos), el que no podía moverse apenas (en silla de ruedas, con muletas, como fuera). La simple regulación del tráfico, porque durante la mayor parte del tiempo una u otra mesa estaban sencillamente saturadas y había que ir dando turnos (“¿Alguien para la 110? ¿Hay alguien para la 110B? Los demás, por favor, esperen.”). Hasta las discusiones entre unos y otros, que las hubo, y el barbachivo que entró a votar llamando nazis a sus oponentes.

Votantes serios pero nada cohibidos. Votantes que en su mayoría recogían y ensobraban sus papeletas sin el menor recato, enseñando muchas veces su elección a los apoderados que rebosaban la sala, y a mí (en la entrada, de portero, todo el día). Unos con mirada desafiante. Otros con complicidad. Todos con sobriedad y desprendiendo una sensación de momento importante que impresionaba. Nada como lo que podemos vivir en elecciones normales. Nada que hubiera visto antes.

Caras imposibles de adivinar. Señoras que entraban casi sin mirarme pero, tras votar, volvían atrás, se inclinaban, guiñaban el ojo y dejaban escapar una sonrisa y un “Animo” o un “Gracias”. Señores que al pasar me daban un codazo amistoso y un “A vosotros os voy a votar, a ver qué hacéis”. La que creo que recordaré siempre: ese caballero en silla de ruedas, empujado por su mujer, casi inmovilizado, surcado por tantas arrugas que parecía hecho con papel pautado, que al pasar y ver mi credencial me hizo un guiño tan lento, mirando tan fijo.

Y con la misma cara y (habitualmente) el mismo civismo, votantes de otras papeletas. Los desplantes eran fáciles: casi todos asomaban papeletas de Junts per Catalunya.

La tensión. La tensión permanente, incluso en medio del buen ambiente, entre los apoderados. Ellos no se fiaban de nosotros ni nosotros de ellos. Pero atajamos los roces, y mantuvimos el buen humor. Al “No podéis estar cinco apoderados en el pasillo de las papeletas” respondían con “El primero del pasillo es de los vuestros”. Y era verdad. Pero con sonrisa o sin ella, con aprecio o sin él, la tensión estaba ahí, y se disparó durante el recuento.

Los apoderados pueden sustituir a los interventores, pero nadie lo hizo. Todos vigilábamos a todos, incluyendo al señor del lapicero. Pero, como en unos sanfermines, todos tenían comprensión con la preocupación de todos. El presidente de la mesa explicaba cualquier duda. El apoderado del PP aceptaba que se contara esa papeleta amarilla, gracias a la interpretación de la ley que llevábamos los de Ciudadanos. Y los amarillos aceptaban que se contaran esas papeletas que venían acompañadas por publicidad electoral naranja. En más de una ocasión, el “recuento paralelo” de ERC nos guió al resolver descuadres.

Las caras de sorpresa de todos, y de enorme decepción de los apoderados de ERC, cuando quedó claro que Puigdemont les estaba ganando, primero en ese colegio y luego (seguíamos los datos a través del tablet de un apoderado de la CUP) en toda Cataluña. Decepción, dolor, y rabia: el clima entre los amarillos cambió claramente a partir de ese punto. Nosotros vimos lo que había casi desde el comienzo del recuento: Ciudadanos primer partido, pero mayoría mínima nacionalista.

Oh, sí, hubo problemas. Descuadres mínimos en dos mesas (un voto, dos votos), que al final se resolvieron. Discusiones más serias en una, en la que el presidente, con muy buen criterio, ordenó a los apoderados y observadores separarse un metro (algo que respaldamos los demás). Retrasos, confusiones y repasos en la última mesa. Desconfianza permanente. Representantes de la administración que no podrían ser más amarillos si hubieran sido pollos de goma. Dos mesas a las que había que vigilar porque eran igual de amarillas (una de ellas, la de los problemas).

Pero al final cerramos, sin conflicto, a eso de las 11 de la noche. Recogimos actas de todo tipo. Nos dimos la mano, nos felicitamos unos a otros, nos tiramos pullas. Luego supe hasta qué punto había tenido suerte, hasta qué punto los apoderados de la CUP en otros colegios cercanos habían tenido otras actitudes.

El nacionalismo catalán no tiene la misma historia de violencia que el navarro, pero la presión constante desde la administración y los medios afines ha conseguido crear un clima opresivo y una “corrección política” oficial que sólo ha empezado a romperse ahora. Y que sigue ahogando demasiados pueblos y barrios, como lo hace en Navarra, donde aún poca gente se atreve a discutir el discurso nacionalista y menos a plantarles cara a los que les bailan el agua a los violentos con homenajes.

Esa noche celebramos que Cataluña había cambiado, que la famosa Cataluña silenciosa se había decidido a plantar los pies y decir “basta” a los nacionalistas. Que aunque no fuera mayoría, había dejado claro que era casi tan grande como el campo contrario y que no podía ser ignorada. Y que habíamos tenido la ocasión de ayudar, mínimamente, a que se expresaran.

Firmado, Miguel Cornejo

Consultor y miembro de la junta directiva de Ciudadanos en Navarra"