El sepulcro del obispo Sánchez de Asiáin, a las puertas de Occidens

El sepulcro del obispo Sánchez de Asiáin, a las puertas de Occidens

El sepulcro de Miguel Sánchez de Asiáin (obispo entre 1357 y 1364) situado en el claustro de la catedral de Pamplona se queda a las puertas de Occidens. Figuradamente camuflado por el humo que evoca los tiempos de Sancho el Fuerte en el interior y desviado de la alfombra de acero que recorre la exposición.

También es cierto que la historia se ha encargado de restarle  protagonismo al privarle del color que vestía de alcurnia eclesiástica  su arquitectura, y por la mutilación de las cabezas de los plorantes que acompañan al yacente, ejecutada por los franceses en la guerra de la Independencia.

Las pinturas murales del nicho fueron arrancadas en los años 70 por  el historiador y coleccionista catalán José Gudiol Ricart y trasladadas al Museo de Navarra, donde permanecen actualmente. Este tipo de actuación, que en aquel momento se  justificó como necesaria para la salvaguarda de obras supone, con el sentir actual, que muchas arquitecturas hayan quedado desnudas, despojadas de una capa de su historia. En algunos casos conocidos en Navarra, Aragón o Cataluña ha supuesto la descontextualización y pérdida de numerosos conjuntos murales.

En el caso del sepulcro de Sánchez de Asiáin podemos decir que la reciente restauración (Sagarte S.L. 2012) le ha devuelto la estabilidad pero no la lectura, sólo recuperable con el retorno de las pinturas del museo, o lo que es menos comprometido, con la colocación de una réplica con técnicas de impresión. Esto hoy es posible con tecnología de impresión desarrollada para este fin.

El sepulcro coetáneo de Francés de Villaespesa, en la Catedral de Tudela, puede servir para hacernos una idea de lo que fue el de Pamplona en origen.

Podemos contemplar la traza arquitectónica y elementos escultóricos propios de su tipología funeraria: losa sepulcral con el yacente acompañado de un séquito de veintiún canónigos, esculturas que componen la Anunciación, escudos con el linaje del obispo, dos dragones custodiando las puertas del paraíso y ornamento de cardina.

La pintura está inscrita por Carmen Lacarra Ducay en el estilo italogótico, como ejemplo de las influencias italianas de la Toscana al reino de Navarra a través de Avignon. En la impronta de color que queda en los paramentos intuimos las escenas de San Miguel enfrentándose a la hidra, San Miguel enfrentado al diablo en El peso de las almas, junto a la representación de santas y variada decoración ornamental de cosmatescos (mosaico ornamental), zarcillos, un green man (rostro del que emergen ramificaciones vegetales) y diseños de imitación a vitrales. Los pigmentos son los de alta gama de la época: azurita, cardenillo o bermellón acompañados de dorado.

La escultura no alcanza la innovación estilística que poco después introduciría Jehan Lome de Tournai en el panteón de Carlos III o en el sepulcro de Garro, pero es una digna representación del gótico.

Blanca Sagasti. Directora de Sagarte S.L.

Blanca Sagasti. Directora de Sagarte S.L.