¿Por qué me tengo que creer que las moscas, los dinosaurios y hasta nosotros descendemos del mismo antepasado?

¿Por qué me tengo que creer que las moscas, los dinosaurios y hasta nosotros descendemos del mismo antepasado?

Somos el resultado millones de 600 millones de años de evolución desde que surgieron los primeros animales y descendemos de especies desaparecidas. De monos ya extinguidos, y de otros mamíferos más antiguos, de reptil, anfibios, peces, hasta llegar a los más remotos, organismos acuáticos simples, aún sin tronco nervioso ni estructura ósea. Si siguiéramos hacia atrás llegaríamos a la primera forma de vida, unicelular, que vivió hace 3.500 millones de años.

Charles Darwin publicó la obra Sobre el origen de las especies y revolucionó la biología tal como se entendía hasta entonces. No solo porque propuso, en su teoría de la evolución, que las especies van sufriendo cambio graduales, sistemáticamente, a partir de especies ya existentes (otros ya lo habían sugerido), sino porque fue el primero en explicar cómo se producía esa evolución.

Afirmó que ocurría por medio de un mecanismo al que llamó “selección natural”. La llamó así por encontrar similitudes con la crianza selectiva artificial empleada por  los criadores de animales domésticos. Razonó que si el criador conseguía vacas que den más leche cruzando selectivamente las más productivas, o caballos de carreras cruzando los más veloces, ¿por qué la naturaleza no iba a crear animales más aptos cruzando los más adaptados?. En este caso entendiendo la aptitud como la capacidad para sobrevivir y perpetuarse a través de su descendencia.

También se basó en los registros fósiles, los cuales iban cambiando de los encontrados en los estratos geológicos más antiguos hasta los más recientes.

Una tercera prueba fueron las similitudes estructurales que había en distintas especies. Por ejemplo el parecido armazón esquelético del ala del murciélago, la aleta del delfín y el brazo humano. Teniendo en cuenta sus funciones totalmente divergentes: volar, nadar y manipular, respectivamente,  tenían unas sorprendentes semejanzas anatómicas que apoyaban el mismo origen evolutivo.

Además, lo corroboró con pruebas geográficas. Es conocido, por ejemplo, que estudió los pájaros pinzones de las islas Galápagos. Un conjunto de islas relacionadas por su proximidad, pero con características distintas, donde las especies de pinzones, aunque eran similares en tamaño, se diferenciaban en la forma y tamaño del pico según el  alimento específico de cada isla. Se diría que todos procedían de una única especie antepasada y que sus descendientes se habían adaptado a las condiciones del lugar donde vivían.

Y aún había más datos en los que apoyarse. Estaba la embriología comparada, es decir la comparación de embriones, de distintas especies, en sus diferentes fases. Los embriones de los peces, los anfibios, los reptiles, las aves y los mamíferos muestran grandes semejanzas en los primeros estadíos del desarrollo. De hecho todos tienen cola y hendiduras branquiales. Esta similitud se explica porque poseen genes de sus ancestros que dirigen la formación de esas estructuras. Conforme avanza el desarrollo embrionario sólo los peces conservan las branquias,  porque sólo en ellos se mantienen activados esos genes. En el resto se inactivan, lo mismo que se inactivan en aves y en el ser humano los genes que dirigen la formación de la cola, por lo que ésta acaba perdiéndose antes del nacimiento.

Más recientemente, el auge de disciplinas como la genética y la bioquímica no han hecho sino reforzar la teoría darwiniana. Consiste en el estudio de ciertas moléculas, que aparecen en todos los seres vivos, y que son más diferentes cuanto más separación evolutiva hay entre sus portadores. Basándose en esto se aplican técnicas que dan una estimación de  cuánto tiempo hace que compartieron un ascendiente común. Fundamentalmente, se han realizado estudios de este tipo comparando moléculas de ADN ( material genético presente en todas las células de los seres vivos existentes y evidencia de que el código genético es prácticamente universal), y diversas proteínas de la sangre comunes en distintas especies.

Cuando Charles Darwin público, en 1859, su teoría de que todos los seres vivos, también el hombre, descencían de un  antepasado común se le acusó rápidamente de blasfemo. Le tocó lidiar con una sociedad en que imperaba la idea judeocristiana de que el ser humano había sido creado por Dios, a su imagen y semejanza, y el resto de animales y las plantas habían sido creados por Dios para satisfacer las necesidades de sus hijos, los hombres. Tras 150 años de avances científicos ya, prácticamente, nadie pone en duda los principios fundamentales de su teoría de la evolución; aunque eso implique aceptar que también somos animales, que a su vez descendemos de otros animales, que se extinguieron hace mucho tiempo.